viernes, 18 de mayo de 2012

Los moros son moros ... y muchos cristianos, unos gilipollas.

Juan Vicente Santacreu
Menos mal, cuando ya parece todo perdido y la sin razón invade nuestra sociedad de imbéciles, llega alguien con conocimientos bajo el brazo y cojones plantados y nos confirma que los moros, son moros. 

Ufff, ¡que descanso!, llevo mucho tiempo en acto de contrición intentando convencerme que los moros no son moros, son islámicos, beréberes, árabes, andalusíes, magrebíes, norteafricanos o musulmanes. Me alegro oír esto, porque es una deuda que tenía con lamemoria histórica, sí, la de verdad, esa historia nuestra de cada día. Mi abuelo que en paz descanse, no fue muy culto de colegio, pero gran viajero, recorrió España, Cuba y EEUU.... y siempre recordaré sus palabras, “cojones con los africanos, que son moros, niño y además son malos y morosos”. Treinta años han tenido que pasar para que alguien haga justicia a la memoria histórica de mi abuelo y confirme en voz alta que tenía razón.


Que pena que Aido se ha ido, si no le sugeriría que prohibiera las palabras relacionadas con lo moros, como morosidad, morenito,... y porque no, moribunda, que es como se encuentra la educación en España.

Arturo Perez Reverte - Te lo voy a explicar en corto, chaval. Sin irnos por las ramas. Esa maestra, profesora, docente o como quieras llamarla, es imbécil. Tonta del culo, vaya. En el mejor de los casos «suponiendo que no prevarique a sabiendas, prisionera del qué dirán», une a su ignorancia el triste afán de lo políticamente correcto. 


La cuestión no es que te haya reprendido en clase de Historia por utilizar la palabra moros al hablar de la Reconquista, y exija que la sustituyas por andalusíes, magrebíes, norteafricanos o musulmanes. Lo grave es que a una profesora así le encomienden La educación histórica de chicos de ambos sexos de catorce o quince años. 


Que la visión de España y lo español que muchachos de tu generación tengan el resto de su vida dependa de cantamañanas como ésa. 


Tienes dos opciones. La primera, que desaconsejo, es tu suicidio escolar. Mañana, en clase, dile que no tiene ni puta idea de moros, ni de Historia, ni de lengua española, ni de la madre que la parió. Te quedarás a gusto, desde luego; y las churris te pondrán ojitos por chulo y por malote. Pero en lo que se refiere a esa asignatura y al curso, puedes ir dándote por jodido. Así que lo aconsejable es no complicarte la vida. Ésa es la opción que recomiendo.



Tu maestra, por muy estúpida que sea, tiene la sartén por el mango. Así que traga, colega, mientras no haya otro remedio; que ya tendrás ocasión, en el futuro «todos pasan tarde o temprano por delante de la escopeta» de ajustar cuentas, real o figuradamente. 

Así que agacha las orejas y llama a los moros como a ella le salga del chichi. Paciencia y barajar. Por lo demás, duerme tranquilo. Por muy maestra que sea, eres tú quien tiene razón. No ella.

 
En primer lugar, porque el habla la determinan quienes la usan. Y no hay nadie en España, en conversación normal, excepto que sea político o sea gilipollas «a menudo se trata de un político que además es gilipollas», que no llame moros a los moros. 


Ellos nos llaman a los cristianos arumes o rumís, y nada malo hay en ello. Lo despectivo no está en las palabras, sino en la intención con que éstas se utilizan. La buena o mala leche del usuario. Lo que va, por ejemplo, de decir español a decir español de mierda. La palabra moro, que tiene diversas acepciones en el diccionario de la Real Academia, pero ninguna es peyorativa, se usa generalmente para nombrar al individuo natural del norte de África que profesa la religión de Mahoma; y es fundamental para identificar a los musulmanes que habitaron en España desde el siglo VIII hasta el XV. 


Desterrarla de nuestra lengua sería mutilar a ésta de una antiquísima tradición con múltiples significados: desde las fiestas de moros y cristianos de Levante hasta el apellido Matamoros, y mil ejemplos más. Así que ya lo sabes. Fuera de clase, usa moro sin cortarte un pelo. Como español, estás en tu derecho. Aparte del habla usual, te respaldan millones de presencias de esa palabra en textos escritos. 




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Originalmente se refiere a los naturales de la antigua región norteafricana de Mauretania, que invadieron la península ibérica en tiempos de los visigodos. Viene del latín maurus, nada menos, y se usa con diversos sentidos. Caballo moro, por ejemplo, se aplica a uno de pelaje negro. 

En la acepción no bautizado se extiende incluso a cosas «vino moro» o personas de otros lugares «los moros de Filipinas». Hasta Gonzalo de Berceo aplicaba la palabra a los romanos de la Antigüedad para oponerlos a judíos y a cristianos
De manera que basta echar cuentas: la primera aparición en un texto escrito data de hace exactamente mil ochenta y dos años, y después se usa en abundancia. «Castellos de fronteras de mauros», dice el testamento de Ramiro I, en 1061. Por no hablar de su continuo uso en el Poema de Mío Cid, escrito a mediados del siglo XII: «Los moros yazen muertos, de bivos pocos veo; los moros e las moras vender non los podremos». Y de ahí en adelante, ni te cuento. «Las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco», escribió Cervantes en el Quijote.
 
La palabra moro está tan vinculada a nuestra historia, nuestra sociedad, nuestra geografía, nuestra literatura, que raro es el texto, relación, documento jurídico antiguo u obra literaria clásica española donde no figura.
 
También la usaron Góngora, Quevedo, Calderón, Lope de Vega y Moratín, entre otros autores innumerables. Y tan vinculada está a lo que fuimos y somos, y a lo que seremos, que sin ella sería imposible explicar este lugar, antiquísima plaza pública cruce de pueblos, naciones y lenguas, al que llamamos España. Imagínate, en consecuencia, la imbécil osadía de tu profesora.
 
El atrevimiento inaudito de pretender cargarse de un plumazo, por el artículo catorce y porque a ella le suena mal, toda esa compleja tradición y toda esa memoria. Arturo Perez Reverte 


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